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ISSN 1989-4163

NUMERO 96 - OCTUBRE 2018

Náufrago

Javier Neila

Siempre ha dormido pegado al filo de la cama, con medio cuerpo fuera, mirando al techo, apoyando a veces el pie en el suelo helado y con el brazo colgando. Quizás porque ha pasado toda la vida esperando a que algo le haga levantarse. Y es que estar siempre a la defensiva es su forma de vida, su manera de ser; expectante al susurro delator que le avise de que vienen a por él, que ha llegado de nuevo el momento de huir o revolverse. “Hay que estar preparado para toda contingencia”-se dice a menudo- como le decía su padre desde que era un niño. Por eso cada vez que piensa en él, se siente más fuerte.  

De él aprendió a estar dispuesto a abandonarlo todo por nada, a huir y dejar para siempre un viejo mundo que le pesa en las espaldas, sin volver la vista atrás, sin segundas oportunidades, sin querer volver a dónde fue feliz, aunque sólo sea por no matar un recuerdo hermoso, que es lo único que de verdad nos queda de lo que se nos cruza en el camino…de ahí su falta de miedo a viajar, cruzando mares peligrosos pero azules, infestados de dragones sanguinarios pero también de sirenas de bocas seductoras, para llegar lejos y sin equipaje, como los hijos de la mar de Machado, ilusionado y joven a la manera de un explorador sin brújula, empezando a vivir de nuevo en cada esquina y con cada envite de la vida, como un Sísifo optimista que disfrutara en cada nuevo ascenso.

Siempre ha vivido pegado al filo de la navaja, con medio pecho al descubierto, arreglando las cosas a las bravas, y dándolo todo sin mirar las consecuencias. “Es que los perros apaleados tenemos este sexto sentido” - reflexiona a menudo-…de ahí su manera de estar en el mundo, agazapado al suelo, pegado al terreno cuando todo está perdido, sobreviviendo mientras las balas zumban por encima y el barro salpica a la cara… sacando fuerzas luego para morder la presa en el cuello sin soltarla, revolviendo la cabeza, desmembrando a la víctima y cobrándose una presa más, para entregársela a su hembra.

Por eso nunca lo da todo al 100%. Es su manera de sobrevivir; dejar siempre una pequeña dosis de fuerza para poder escapar, para ponerse a salvo, para volver a casa o para poder dar el mordisco final, estando ya moribundo y con el último aliento.  Siempre en prevengan, siempre de guardia, siempre oteando el horizonte, siempre voluntario para la imaginaria. Por eso no se fía de nadie, por eso es difícil sorprenderle, por eso jamás pone la mano en el fuego, y por eso nadie puede decepcionarlo.

Siempre ha amado pegado al filo de la locura. Con medio corazón expuesto, para que le hagan daño las puñaladas, pero poder seguir viviendo. Sin medias tintas. Sin preliminares.  O todo o nada. Pasando de la pasión al olvido. Porque no le gustan las mujeres que le hacen reflexionar; sólo le gustan las que le hacen perder la razón. “Yo sólo quiero que se muera por mí, que le falte el aire cuando la bese, porque si no, no merecerá la pena” -se repite a menudo-. Porque su concepto de amor ya no es de esta época cuando piensa en una mujer.

Una mujer hermosa de ojos marrones y pelo suave, que le habla con ternura. Podría ser la mujer de otro, pero es la suya; y es la suya porque sólo con pensar en su sonrisa le compensa seguir vivo todavía, otro rato, hasta la siguiente alborada, como un náufrago que encuentra un tronco salvador antes que le trague el abismo; porque su vida se basa sólo en la suerte, y la fortuna siempre ha sonreído a los audaces.

 

 


Náufrago

 

 

 

 

 

 
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